#104 Sobre la vuelta de Doncic, el deporte y la vida

Entre Doncic, Nico Harrison y la afición de los Mavericks consiguieron que un partido de baloncesto se convirtiera en una metáfora de la vida.

#104 Sobre la vuelta de Doncic, el deporte y la vida

La vuelta de Luka Doncic a Dallas, la primera como jugador de Los Angeles Lakers, ya es pasado. El esloveno ha vuelto a casa, al único lugar que conocía como hogar en la NBA y ha hecho lo que mejor saber hacer: 45 puntos y victoria. Pero la vuelta de Luka Doncic a Dallas, la primera como jugador de Los Angeles Lakers, ha servido para recordar por enésima vez que el deporte va mucho más allá del deporte como tal. Que el espectáculo, el baloncesto y el negocio alrededor de la NBA son secundarios cuando se juntan historias, narrativas, momentos tan únicos que trascienden. Momentos que hacen del deporte algo excepcional.

Ha sido una de esas noches que quedan para siempre, sin importar el partido como tal. Conocíamos la historia, teníamos claro los protagonistas, los villanos y las víctimas: Luka Doncic, la gerencia de los Mavericks y sus fans, respectivamente; pero necesitábamos verlos a todos en la misma escena de primera mano. El duelo en Los Angeles no fue suficiente, porque el morbo era observar a los casi 20,000 aficionados que llenaban el American Airlines Arena de downtown Dallas tener que elegir entre su equipo y su jugador favorito. Y no ha sido, bajo ningún concepto, una decisión difícil. Existe la premisa de que uno puede cambiar de todo menos de equipo, pero Nico Harrison se lo ha puesto muy difícil al público de Dallas.

El deporte es, como casi todos los hobbies y pasatiempos, ocio. Se entiende diferente por la pasión que mueve, pero no deja de ser eso. Pero es esa pasión colectiva, ese fervor generalizado que lo hace diferente, que lo convierte en una vía de escape o un motivo de alegría. Que genera que lo que un equipo haga, en mi ciudad o a miles de quilómetros, pueda tener efecto en mi día como puede tenerlo mi pareja, mi hijo o mi trabajo. Lo ponemos, por momentos y sin quererlo, a la altura del resto de las cosas más importantes de nuestra vida — porque el deporte, a veces, es más que deporte. Es indisociable a nuestro día a día.

En un vínculo casi sagrado, elegimos un equipo y con él, jugadores que representan a ese equipo. Y si tenemos suerte, ese equipo no cambia a lo largo de nuestra adolescencia, edad adulta y vejez como una relación monógama donde uno entrega su alma y recibe pedacitos de alegría condicionales al resultado de cada noche. A la historia pasan los mejores; a la memoria colectiva de los aficionados, los que mejor han sabido comprar la identidad que representa el equipo. Por poner dos ejemplos recientes de los míos: Marcus Smart (o Isaiah Thomas) y Carles Puyol. El caso de Luka es único por aglutinar ambas.

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Para Dallas era el heredero perfecto. Como si Nowitzki (que estaba en la grada con Taylor Rooks) hubiera tenido un hijo que le sucediera en el trono, que mantuviera la empresa familiar. No se conoce a los Mavericks sin un jugador rubio, europeo, llevándolos a donde nadie creía que podían llegar. O no se conocía — no hasta principios de febrero. Por eso nada volverá a ser igual en Dallas.

La noche ha tenido tres actos como tal, más allá de cualquier preludio en ESPN o lo posterior en ruedas de prensa. Seguirán saliendo a la luz momentos, detalles e intrahistorias, pero para el público eran eso: tres. La presentación de los jugadores ha sido el primero, y si llevo meses criticando a la franquicia texana, aquí los Mavericks lo han hecho perfecto. Vídeo homenaje durante la presentación, dejando a Luka el último de los titulares (generalmente es LeBron James). La reacción de Doncic, con lágrimas en los ojos y absolutamente roto por dentro y por fuera, le han dado todavía más fuego a los aficionados, que han sido los personajes principales del acto intermedio. El partido.

Las centenares de pancartas pro-Luka y anti-Nico Harrison eran el primer aviso de que no iba a ser una noche tranquila para la directiva de Dallas, pero por primera vez, el grito de “fire Nico” (despide a Nico) ha sido unánime dentro del pabellón, sobre todo en el primer tiempo cuando Doncic hacía estragos (31 puntos al descanso, lol). Lo han intentado evitar desde la franquicia, mostrando el código de conducta en el videomarcador ante los cánticos, pero el pueblo es soberano. Y ni olvida, ni mucho menos perdona la traición. Desde ESPN han intentado enfocarse en el amor hacia el esloveno, pero era imposible no ver lo otro. Sobre todo cuando eran pancartas fluorescentes.

Foto de Ben Golliver en X/Twitter.

Del Luka de ojos rojos, con una toalla tapándose la cara para evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas quedaba el vídeo viral en Twitter y poco más. Para entonces había recuperado la versión que llevó a Dallas a las finales hace apenas 10 meses. La de un jugador diferencial que, cuando tiene una misión entre manos o algo que mostrar, se convierte en un animal incontenible. La primera parte de Luka ha sido un recital de baloncesto que servía al mismo tiempo como carta de despedida para el aficionado — una donde dejaba claro que si fuera por él, seguiría llevando el logo de los Mavericks en el pecho, pero que hay un culpable de nombre Nico y que sigue empleado por la franquicia. Para él no hubo sonrisas.

Sí hubo abrazo, ya en el último acto, para Mark Cuban. Faltando 1:35, y tras una canasta de Doncic que dejaba su anotación en 45, los Mavericks pedían tiempo muerto y sacaban la bandera blanca. Ambos equipos vaciaban sus banquillos, pero Luka volvía a pista, solo para un segundo más tarde cometer una falta y poder retirarse en solitario con una ovación atronadora. No era suficiente con aplaudir cada canasta, que el público rendía pleitesía al que fue por siete años uno de los suyos. El mejor, de hecho y con permiso de Dirk. Lo merecía más que nadie lo ha merecido nunca. Y Doncic respondía con aplausos de vuelta al público, víctima colateral.

Porque Luka nunca pidió salir, nunca pidió ser traspasado y si fuera por él, nunca se hubiera mudado de Dallas. Le echaron, le obligaron a irse en una decisión que nunca tendrá sentido y ahora la afición paga las consecuencias. Pero eso no excluye el amor por Luka. Eterno se queda corto.

El amor que mostraron anoche va más allá del deporte. Habla de la existencia humana y de la traición como parte intrínseca a una ruptura. De lo mundano que es tener que despedirte incluso cuando no quieres, y del dolor de saber que le va bien. Porque los Lakers ya son equipo de playoffs y necesitan una victoria más para tener factor pista. Y que no fue tu culpa, ni de Luka, ni del aficionado. Pero por una noche, el negocio, el espectáculo, hasta el baloncesto, quedaron en un segundo plano. La pasión, el amor y el dolor cogieron las riendas y cuando eso sucede, solo vale sentarse a ver la vida pasar.

Esta semana quiero hacer un artículo de preguntas y respuestas, así que si quieres dejar la tuya puedes hacerlo por Twitter, BlueSky (DM o respuesta).