#60 Sobre libros, sueños periodísticos y viajes al centro de la NBA
Me trajeron el último libro de Gonzalo Vázquez y lo devoré como si me fuera la vida en ello. Y entendí que parte de mi vida estaba en él.

Una de las ventajas de haber tenido un hijo es que todo el mundo quiere venir a conocerlo y, con ello, traer cosas. Casi siempre son o bien comida o bien detalles para Oliver, pero hay veces que uno se puede permitir una licencia. Lo hice con mi madre y hermana, que vinieron desde Barcelona a conocer a su nieto/sobrino, el primero de la familia. Y en su maleta, además de cuatro paquetes de filipinos blancos (esto solo lo entiendes si eres de España, creo), traían el nuevo libro de Gonzalo Vázquez: “Viaje al centro de la NBA”. Una historia en primera persona de sus dos años y pico viviendo en Nueva York para cumplir su sueño (y el de muchos otros), cubrir la NBA desde cerca. Y sobre el libro vamos a hablar hoy.
La obra de Gonzalo es, como todo lo que escribe, de obligado consumo. Una que mezcla la lentitud del detalle, como portal del barroco, con una retahíla de descripciones o la efervescencia de las calles neoyorkinas hasta hacer creer al lector que está ahí, en la Manhattan de 2010. Que vivimos con él sus aventuras en el piso de Mónica. Es su manera, única como muy pocos, de producir grandeza y drama al mismo tiempo en la presencia de David Stern o de dos vagabundos peleando en Penn Station a partes iguales. Es un viaje al centro de la NBA, el Madison Square Garden, y a lo más profundo de ella, los vestuarios, el parqué. A las entrañas donde un aficionado común o un periodista español no suele tener acceso, contadas desde la mejor pluma que escriba sobre NBA en nuestro idioma. Es un regalo abierto.
Hay partes que son, cuanto menos, personales a más no poder, pero que le dan vida a un libro que si no sería una repetición de 150 aventuras a pabellones NBA, ninguna igual pero todas parecidas. Y que la vida de una persona, aunque muchos no lo crean, forma parte de cómo el periodista realiza su trabajo. Si hace un año me dicen que estaría a las 2 de la mañana intentando dormir a mi hijo recién nacido mientras leía sobre la vida amorosa de Gonzalo, le habría pedido educadamente que no consumiera estupefacientes. Y aquí estamos.
Una obra de interpretación abierta
Una vez leí que algunos libros religiosos son interpretables, que dependen siempre de los ojos y no de la mano. Que cada lectura es diferente para cada ser humano, y que por ejemplo alguien puede entender el Génesis en la Biblia como una metáfora del Big Bang. Está en la mente de cada individuo entender el significado detrás de la obra. Y con este libro sucede igual, más allá de los hechos. Está abierto a interpretaciones, a que el lector lo quiera entender como su cabeza invite, y ninguna es incorrecta. Igual no es la que el autor quería, pero es la magia de las palabras. Que siempre van más allá, sobre todo cuando se cultivan con la paciencia y cuidado que Gonzalo siempre siembra.
El libro de Gonzalo, como obra de culto, se puede entender de muchas maneras. Una de ellas, por ejemplo, como el epitafio del periodismo como se conocía previamente. Esa transición en la historia la representan él y Antonio, este con cámara, trípode y baterías en la mano mientras Gonzalo, iluso en el mejor sentido de la palabra, un cumplido en este caso, quiere pasar la noche con el teclado y la pantalla. Un periodismo que vive del vídeo, del ahora, del mira qué ha pasado y no de historias largas, trabajadas. Que no se entienda para nada una critica a Antonio, pues todos vivimos en 2024 lo que él entendió en 2010, sino al periodismo clásico, canónico, de toda la vida. La eclosión de internet y las redes sociales fue, seguramente, el peor momento para encontrar un lugar en el sector.
Pero esa es solo una interpretación, tengo más. Por ejemplo, la del periodista que cumple su sueño, pero solo temporalmente. Gonzalo quería vivir la NBA por dentro y lo pudo hacer como muy pocos españoles lo han hecho. En su espalda tiene más partidos que Juan Carlos Navarro, Fernando Martín o Usman Garuba, por citar a tres. O que Raül López, Garbajosa o Víctor Claver. Pero como ellos, tuvo que volver, ponerle fin a su sueño y conformarse con la realidad de su sector. Y si Gonzalo no puede vivir de esto, de escribir desde Nueva York sobre la mejor liga del mundo, ¿quién puede hacerlo? ¿Quién puede vivir de esto si ves como él tiene que volver, que aceptar que esta es la verdad de los periodistas? Estando allí, le hicieron volver.
El libro sirve también, especialmente en la parte de LeBron, como una narración del ascenso del periodismo de clics basado en el odio; no en la figura de Gonzalo, sino en lo que narra, sus vivencias. Su decisión de dejar Cleveland rumbo a Florida primero, y el fiasco de las finales de 2011 son solo dos puntos de encuentro entre aquellos que viven del odio y cuya ventana para gritar se ha multiplicado y democratizado con las redes sociales. Lo hizo ESPN y lo hicieron todos los medios en España, porque era lo que más vendía y volvemos de lleno al debate de que el usuario consume lo que quiere o lo que se le pone en la mesa, pero hoy no voy a entrar ahí. Como veis, tres interpretaciones desde el punto de vista laboral, que es el que me interesaba más.
Gonzalo solo nos quería contar como pudo haber cumplido su sueño y yo, embobado en mi mundo de cruzadas y cruces, solo veo como la historia es un reflejo del problema periodístico que vivimos en este nuestro país, especificado en el nicho que es cubrir la NBA.
Historias similares
La realidad es que muy pocas veces me he sentido tan identificado con un libro. O con muchas de las partes que cuenta, en este caso, del mundo NBA. Para quien no lo sepa, vivo en Toronto desde agosto de 2018. Y llevo otros tantos años cubriendo la NBA desde el Scotiabank Arena cuando la pandemia me lo ha permitido. Hay diferencias, por supuesto: no tengo el morro para meterme donde no me dejan, por miedo constante a que no me vuelvan a invitar (ahí envidio a Gonzalo), y siempre he sabido dónde dormiré esa noche. Como algo más que arroz y la sanidad pública canadiense es bastante mejor que el sistema americano. Pero en general, la parte NBA, esas sensaciones que uno experimenta la primera vez son las mismas. No sé cuántos periodistas españoles pueden decir eso, y solo por ello me siento un afortunado. Lo he dicho mil veces y lo repito: afortunado.
Al contrario que Gonzalo, no vine aquí por la NBA. Decidí Canadá, Toronto, con mi pareja y la NBA estaba aquí esperándome. ¿Fue un motivo para elegir el país? No realmente. ¿Lo fue para decidir entre Ottawa u otras opciones? Puede ser, siempre suma. Y Toronto es la única ciudad canadiense con tres majors (NHL, MLB, NBA) y con Boston, Chicago, Nueva York y Brooklyn, Cleveland, Detroit, Milwaukee, Philadelphia, Indiana y Washington a menos de 10 horas en coche. Son 11 franquicias (todo el Este menos Atlanta, Charlotte y Florida). Pero mi vida es en Canadá, país del que soy ciudadano y tengo pasaporte para alegría de mis haters en Twitter. ¿Cuántos periodistas españoles hay cubriendo NBA in situ en la actualidad para un medio (y no una agencia)? No me salen más de cinco, la verdad (cuatro, creo).
Llevo, desde el año de Kawhi hasta el curso pasado, unos 130 partidos (y porque se me llevaron a los Raptors a Florida año y medio) en el pabellón, más algunos otros encuentros en el TD Garden y el estadio de los Wizards. Y solo alguien que ha vivido lo mismo puede entender esa sensación al pisar el parqué, al ver los casi 20,000 asientos vacíos, al cruzarse en el túnel con una deidad como LeBron James, Barack Obama o Marcus Smart. Chocar hombros con Drake y que 17 personas de seguridad te miren como si fueras Kendrick Lamar (chiste de rap). Que la primera persona que viera al entrar a la zona de prensa en mi vida fuera Mark Cuban con Dirk Nowitzki. Que mi quinto partido fuera ver a Kevin Durant meter 51 puntos en directo.
Miles de las anécdotas que explica Gonzalo las siento como propias. Las confidencias entre españoles, o incluso latinos, ambos cada vez más rara avis en la NBA. Historias sobre como colar jamón serrano por la frontera americana, conversaciones sobre la realidad de calentar lo más profundo del banquillo otra vez aunque tu equipo decidiera no traspasarte, la sonrisa de un jugador al escuchar a casi 10,000 kilómetros alguien preguntar en tu catalán nativo. Incluso los ex-ACB, nombres como Hezonja, Satoransky, Dragic o Sabonis se sentían cómodos al lado del micrófono de un desconocido y lejos de los ojos espía del jefe de prensa de rigor. Siempre lo que no se cuenta es mejor de lo que sale. Aunque poco a poco nos van quitando acceso y el búnker se cierra un poquito más noche tras noche. Especialmente para los que somos el último mono.
La jungla del status quo
Porque la NBA no deja de ser un instituto gigante, con sus clases sociales. Pasa entre los jugadores y pasa entre los periodistas, que es lo que aquí aplica. Están los beat writers, los que trabajan para medios locales importantes que son los chicos populares1. Los que hacen siempre la primera pregunta en las ruedas de prensa del entrenador y tienen una relación monógama con el jefe de prensa. Sus fuentes son de la franquicia y a ellos se deben. Por debajo están los que vienen del mundo online, cubriendo solo ese equipo pero cada vez más habituales, que vienen de blogs o webs especializadas pero sin el caché de los ESPN, The Athletic o de otros gigantes mediáticos. Y más abajo, la purria: los periodistas internacionales. Eso era así en 2010 y sigue igual en 2024, te lo digo.
Han cambiado cosas, es cierto, y muchas para mal. Los grandes medios siguen robando contenido y/o declaraciones, los jefes de prensa siguen vigilando cada paso en falso y las estrellas siempre están rodeadas por micrófonos mientras el último jugador de rotación puede comerse un arroz con pollo y ensalada en la tranquilidad de su taquilla. Importa más una frase repetida en 82 noches de LeBron James que una historia bien contada por alguien que no vende, salvo si esta historia la cuenta Shams, Woj, Haynes o Stein. Periodistas que tengan la capacidad de hacer relevante a lo que la masa común considera un don nadie hay otros cinco, como españoles en la NBA. Y esta lucha la he peleado mil veces: están silenciando a los secundarios que cada vez más desaparecen de nuestro día a día.
Hay gigantes mediáticos que controlan la narrativa, sea en televisión, online o redes sociales, y de ellos tenemos que hablar — sea o no con conocimiento, acceso o veracidad. El problema es cuando medios internacionales siguen la hoja de ruta de ESPN sabiendo que las prioridades en España, por ejemplo, son otras (Luka Doncic, sí). Que a Gonzalo, en New York y con acceso a jugadores noche sí noche también le pidieran algo sobre la última declaración de LeBron James, un tema quemado hasta la saciedad, es el ejemplo. Y hay más, los hubo y los sigue habiendo.
Podría seguir por horas, pero el resumen es que el libro me ha hecho entender que lo que está mal ahora ya lo estaba en 2010, y sobre todo y más importante, que compréis el libro.
Por encima únicamente están los que vienen una vez al mes de medios nacionales, que son como el alumno de intercambio del que todos están pendientes que esté feliz y le dan todo. ↩