#115 Deporte, (in)justicia y la metáfora de la vida
El deporte no es justo.

El deporte no es justo, si entendemos la palabra justicia como ese principio moral que implica la vida honesta. El deporte no es preciso ni honrado, no es leal y no entiende de honestidad. El deporte es, como la vida, un sufrimiento constante que deriva en la incapacidad de disfrutar del presente sabiendo que el futuro será negro, oscuro, y que algo malo acabará pasando a corto o medio plazo si es que no ha pasado ya. El deporte es ese pasatiempo que ocupa parte de nuestras vidas, demasiada si somos realistas, y que por cada alegría efímera nos promete meses si no años de sumidero por el desierto, de tristeza, hambre y desesperación. Incluso cuando haces bien las cosas, cuando te toca esa felicidad, los dioses del deporte desequilibran otra vez la balanza. Es imposible pensar que el deporte es algo justo.
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El deporte no es justo. Y sí, lo digo porque Jayson Tatum se ha roto el talón de Aquiles y estará de baja entre nueve y doce meses. Se pierde lo que resta de playoffs y muy probablemente la temporada 2026 al completo. La peor noticia que los aficionados de Boston podían recibir ha llegado en forma de comunicado de prensa de la franquicia, anunciando que el alero de los Celtics ya ha sido operado en Nueva York y que se espera que tenga una recuperación total. Sin tiempos, sin presión ni detalles. Sin mucho para agarrarse más allá del desespero, la profunda tristeza inagotable y el saber que las agujas del reloj van a ser cada día un segundo más lentas hasta volver a ver a Tatum en pista. Hasta poder volver a ver a Tatum competir en unas finales de conferencia, como ha hecho casi cada año.
El deporte no es justo. No porque nadie merece que le vaya mejor en la vida que JT. Buen chico, buen padre, sin escándalos ni drama fuera de la pista. Sin gestos de más, sin declaraciones fuera de lugar, sin juicios, padres problemáticos, novias que hacen demasiado ruido en Instagram por los motivos incorrectos. Tatum juega, suele ganar y vuelve a casa donde le espera su pareja y sus dos hijos. Juega sin importar si el rival es Detroit, Washington o los Lakers, si jugaron ayer, mañana o si han viajado con dos cambios de franja horaria. Sabe de su condición de afortunado y su deber para con el aficionado que va a los pabellones. Desde que Tatum debutó en la NBA es primero en partidos (706) y en minutos (24916). Nadie más supera los 683 y 23358 de Jokic, a casi 1600 partidos de diferencia.
El deporte no es justo. Porque si lo fuera, no se llevaría puesto a uno de los mejores jugadores del planeta entrando en su prime competitivo y en la última fase de la ventana competitiva del proyecto. Le quita al menos un año de competir en lo que ya es una vida deportiva corta, y sin saber cómo puede volver de una lesión tan dura, tan grave. Con 27 años y siendo uno de los mejores del mundo, nos lo quitan a todos. Los dioses del baloncesto no tienen piedad, y lo hacen en uno de los mejores partidos que estaba firmando en su carrera, en la meca del baloncesto. No entienden de escenarios, de momentos ni de narrativas, ni le importa lo que pienses. Ni ética ni moralidad, pura bola de demolición emocional y, en este caso, física. Demolición de proyectos, incluso.
El deporte no es justo. No puede serlo si es casi siempre una constante de dar, y casi nunca recibir. No se puede considerar algo equitativo si solo ponemos horas y casi todas las noticias implican lesiones, derrotas o quedarse nadando hasta la orilla para acabar cayendo. Es una incesante cantidad incalculable de sufrimiento que se acumula de temporada en temporada, año en año y que dejamos de lado pensando que bueno, que el año que viene será nuestro año, que no pasa nada porque otra vez haya pasado una atrocidad y nuestro equipo favorito de nuestro pasatiempo favorito haya vuelto a perder. O peor aún a una derrota: que con una lesión se hayan escapado por la borda las ilusiones de dos temporadas.
“¿Por qué yo, papá? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?” le preguntaba Jayson Tatum a su padre, por teléfono. Yo te lo digo, Jayson: porque el deporte no es justo.
El año pasado Boston tuvo cierta fortuna en su camino al anillo. Las lesiones, que siempre he dicho que son parte del juego, beneficiaron a Boston que vio como Miami jugaba sin Jimmy Butler en primera ronda (4-1), que Cleveland se presentaba en semifinales con Mitchell perdiéndose dos tres partidos y con Jarrett Allen lesionado (4-1) y que Tyrese Haliburton cayó lesionado en el segundo partido de las finales del Este (4-0). O que la mitad de los Knicks acabaron el año en el hospital y que Giannis Antetokounmpo y Damian Lillard no estuvieron disponibles. Es una realidad, como que Porzingis jugó solo cinco partidos enteros tras sufrir dos lesiones diferentes. Y no es de un año.
En 2023 Tatum se lesionó en el séptimo de las finales del Este tras remontar un 0-3 ante Miami. En 2022 el propio JT se lesionó la muñeca en las semis del Este. Smart se perdió varios partidos y Robert Williams pasó por quirófano justo antes de la primera ronda (no ha vuelto a ser el mismo). En 2021 Jaylen Brown no jugó y Kemba Walker se lesionó al tercer partido (y Rob al segundo). En 2020 Gordon Hayward se lesiona en primera ronda y Kemba Walker jugó forzando (nunca volvió a ser el mismo). En 2018 sin Hayward y Kyrie todos los playoffs. Puedo seguir hasta llegar a la lesión de Kendrick Perkins en el sexto partido de las finales de 2010, o la ausencia de Kevin Garnett en los playoffs de 2009, siendo vigente campeón y favorito. Las lesiones pasan.
Ya no entro en la muerte de Len Bias o de Reggie Lewis y sus muertes en activo, la lesión de Bill Russell en las finales de 1958, el estado de forma de McHale en 1987 o la espalda de Larry Bird en la segunda parte de su carrera. Las lesiones pasan, suceden, duelen y cambian la historia de las franquicias. Pero la de Tatum duele por encima de todas las que he visto. Una que te recuerda que el deporte no es justo, ni es preciso ni honrado, no es leal y no entiende de honestidad. El deporte a veces es una mierda.