#20 Sobre Marcus Smart y relaciones irracionales en el deporte
De todas las formas de entender el deporte, la pasión e irracionalidad es sin duda la más tóxica y al mismo tiempo necesaria para sobrevivir.

El deporte, como casi todo lo no importante en la vida, tiene diferentes maneras de vivirse. Existe la lógica y racional, basada en números y sentido común, que quizá tenga como periodista. Se puede hacer con cierta distancia, como con respeto por el vértigo que implica algo tan grande, incluso algo de desconocimiento y admiración. Pero ninguna de las dos te va a llenar lo suficiente como hacerlo con la irracionalidad de la pasión, necesaria para alcanzar el éxtasis en una noche cualquiera de marzo tras ganar en Indiana remontando 11 puntos en dos minutos. Porque cuando uno anima a un equipo, cuando uno apoya a su equipo por encima de cualquier cosa, es imposible vivirlo sin pasión.
Y a veces, por cosas del destino, a tu equipo llega un jugador que irradia esa pasión. En los Celtics, en la última década, ese fue Marcus Smart. Aterrizó como base en un equipo que el único jugador digno que tenían era un base y tardó solo catorce partidos en ganarse el corazón del aficionado verde, en una derrota en Boston ante los Nets de Kevin Garnett. Un mes después de ese 26 de diciembre de 2014, me compré su camiseta, porque con Smart daba la sensación de que se venía algo grande para Boston. No iba a ser All NBA, no iba a ser All Star. Iba a ser el jugador del pueblo, el representante en la pista de los millones de psicópatas de todo el mundo que vemos a cinco jugadores intentar meter una pelota en un aro y sufrimos como si el futuro de nuestra familia estuviera en juego.
Su salida, dejando de lado lo deportivo, fue un puñal en el corazón en ese aspecto. Ningún fan de los Celtics que se respete pudo entender la salida de Marcus Smart, pese al paquete recibido. Como en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos, un tweet de Adrian Wojnarowski cerraba una relación de nueve años, más tiempo del que llevo con mi mujer. Una que no fue perfecta, porque nunca lo son, pero que fue mágica. Marcus no era el mejor, nunca lo fue, en una plantilla que pasó de tener talento nulo a ser la mejor de la NBA, pero sí fue siempre el común denominador. Nueve años, nueve temporadas en playoffs, que no es casualidad. Siempre estuvo ahí, y siempre se dejó la piel.
Porque con Smart, sabíamos que podía pasar cualquier cosa, menos dejar de luchar. Es imposible representar o explicar a Smart en números o usando adjetivos convencionales. Es uno de esos jugadores, quizás el caso más claro, de pieza que tienes que ver para poder entenderlo. Con él apareció el hashtag #winningplays, jugadas ganadoras. No eran triples sobre la bocina, sino defensas importantes al pívot rival, un rebote ofensivo, un robo a la desesperada cayendo al suelo, sacrificando su físico por el bien colectivo. El alma de una franquicia que vive de historia, melancolía y promover el espíritu defensivo que nadie ha representado mejor que el propio Marcus Smart, quizá por momentos llegando demasiado lejos.
Ayer volvió a Boston por primera vez usando el vestuario visitante. Estaba lesionado y no pudo jugar, pero el TD Garden se llenó para homenajear a uno de los suyos. Camisetas de “We miss you, Marcus” llenaban la grada, que tuvo la noche más emotiva de la temporada. Vídeo homenaje, premio ‘Heroes among us’ por su labor social en Massachussets, cánticos de “Thank you, Marcus” y miles de momentos. Ayer volvió uno de los nuestros a Boston, solo que estaba con el otro equipo. Y su vuelta es el reflejo de que la irracionalidad y pasión son la manera correcta de vivir el deporte, y la más dolorosa.
Porque la relación entre Boston y Marcus fue casi perfecta. Le dimos todo en la grada, en casa, en la televisión, y Smart lo dejó todo en la pista. ¿Y cuál fue el premio? Nada, cero. Ningún anillo. Más derrotas dolorosas a final de temporada que sonrisas por el trabajo conseguido. Las finales de 2022 fue lo más cerca que estuvimos, Marcus y los aficionados verdes, de ganar el anillo y Steph Curry lo evitó (recordatorio de que Smart dejó a Curry en 8/23 y 3/12 en triple, y 25 puntos en 150 posesiones en esas finales). Y lo peor, Boston ganará el anillo este año sin el #36 en el equipo para hacerlo todavía más doloroso.
Mi sueño es que el verano de 2026, cuando los Celtics lleven tres anillos seguidos y Jrue Holiday por fin se retire, Brad vaya a por Smart. Lo recupere para Boston, con 32 años. Y con él y un quinteto con Jaylen, Tatum, White y Jordan Walsh, ganemos otros tres. Porque se merece ganar al menos uno, y se merece ganarlo en Boston. Y si no pasa, se demostrará que las relaciones pasionales e irracionales en el deporte solo sirven para ilusionarnos antes de caer. Como los nueve años de Marcus en Boston. Fuck, te quiero Marcus. Y te echo de menos.
Si sientes lo mismo por Marcus Smart, no te olvides de compartir este post.
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