#117 Oklahoma City campeón: ¿qué podemos aprender del título de los Thunder? Tres cosas
Oklahoma es campeón. Y por el camino nos deja lecciones aprendidas para la próxima temporada.

Los Thunder son, para sorpresa de nadie, campeones de la NBA. El equipo de Shai Gilgeous-Alexander, Jalen Williams, Mark Daigneault y las mil caras defensivas se proclamó anoche nuevo campeón de la mejor liga del planeta tras ganar en siete partidos a Indiana. Eran los favoritos del Oeste al empezar el año, eran los favoritos al acabar la temporada regular, eran todavía más claros candidatos cuando Boston cayó ante New York y los Cavaliers hacían lo propio contra los Pacers. Eran muy favoritos en las finales y, pese a tener que hacerlo en siete, han conseguido acabar el proyecto para el que fueron construidos. Y lo han hecho dejando tres lecciones por el camino de las que pueden aprender otros equipos en busca de construir un equipo campeón.
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La temporada regular importa
En los últimos años ha calado con fuerza una narrativa que minimiza la importancia de la temporada regular. El descanso programado, la gestión de cargas y la teoría de que el verdadero baloncesto empieza en playoffs han llevado a muchos equipos a plantearse esos 82 partidos como un trámite. El incremento de victorias de los equipos sin factor pista ha crecido en los últimos años, y los datos lo confirman pero la realidad es más bien lo opuesto: por tercer año consecutivo, el mejor equipo de la NBA durante la fase regular ha ganado el título. Primero fueron los Denver Nuggets, luego los Boston Celtics y ahora, los Oklahoma City Thunder. Ganar desde noviembre importa; el título se juega en junio pero las bases se asientan antes.
Los de Mark Daigneault dominaron desde octubre. Terminaron con el mejor balance de la liga y uno de los mejores de la historia de la competición. Pero no fue solo una cuestión de victorias. Fue una demostración de solidez, de constancia, de hábitos ofensivos y defensivos (sobre todo) que no dependían del rival, sino del propio estándar interno. En los partidos aparentemente fáciles, Oklahoma no bajó la intensidad. En los duelos directos contra contenders, compitieron como si ya fuese abril, al menos hasta asegurar el #1. Esa seriedad se trasladó directamente a los playoffs, la tarea pendiente del año pasado, donde el equipo apenas necesitó ligero ajustes porque ya sabía perfectamente a qué jugaba. Y todo cambio había sido entrenado en temporada regular.
El mensaje es claro: la regularidad construye automatismos, genera confianza y afila los márgenes. No se trata de ganar todos los partidos, sino de jugar todos con propósito. Oklahoma lo hizo y ahora levanta el trofeo.
La defensa como principio y fin
En una NBA cada vez más orientada al ataque, donde los datos avanzados y las rachas ofensivas dominan las conversaciones, los Thunder han vuelto a demostrar que la defensa sigue siendo el lenguaje universal del campeón. Hace años que la narrativa popular “el ataque gana partidos, la defensa campeonatos” no era tan cierto como este, con OKC rozando ser la mejor defensa vista desde la fusión entre ABA y NBA. Su plan defensivo no se apoya en un pívot tradicional dominante ni en la experiencia de veteranos curtidos, sino en movilidad, inteligencia colectiva y esfuerzo coordinado. Y en tener a especialistas como Caruso, Dort, archiconocidos, o nombres como Cason Wallace. Ellos marcan el ritmo, el resto siguen.
Es complicado conseguir que estrellas de la talla de Shai, Jalen Williams o incluso Chet Holmgren compren el discurso, pero desde el primer día han sido la mejor defensa. El 106.6 de ratio defensivo es histórico, casi tres puntos mejor que el segundo. Para los playoffs (antes del séptimo) lo han mejorado a 106 pese a jugar contra Jokic y los Nuggets, Anthony Edwards y los Timberwolves y el mejor ataque del Este, Indiana. Han podido con todos ellos. Pero más allá de los nombres propios, Oklahoma ha destacado por algo más difícil de enseñar: la disciplina. Y el jugar con los márgenes y las líneas morales del juego.
Es un equipo que defiende sin hacer faltas, o al menos que consigue que no se señalen. El nivel de intensidad defensivo que marcan desde el primer minuto es tan alto que es imposible para los colegiados señalar todo, y se hace muy difícil para el rival mantener ese nivel de fisicalidad. Pero marcan el ritmo, suben el listón y el contrario no sabe cómo jugar a un nivel de baloncesto desconocido para la mayoría. Caruso, Dort, Cason Wallace o las propias estrellas son capaces de dejarse la vida en defensa sabiendo que el plan es ese, jugar con la mente de los tres colegiados. Como hizo Boston en 2008. El baloncesto más puro, el más duro, el que nace, vive y depende del esfuerzo defensivo.
Han hecho del esfuerzo una norma, y del colectivo una estructura. Los movimientos en verano y ajustes del cuerpo técnico han potenciado eso, pero la actitud viene desde el vestuario.
Sí, se puede reconstruir bien
El caso de los Thunder es también un soplo de aire fresco para el resto de la liga y un triunfo para una NBA que promueve la extinción del tanking, o en caso contrario, su uso comedido. En un entorno donde el traspaso de estrellas, las peticiones de salida y los megaproyectos en torno a figuras consagradas son la vía rápida hacia la élite, Oklahoma ha seguido otro camino. De hecho, ha sido protagonista en la cruz de todas ellas, con las salidas de Harden (culpa de ellos), Durant, Westbrook y Paul George, estos tres en los últimos 10 años. Pero han sabido usarlo como herramienta para crecer. Shai llega vía traspaso por Paul George, algo poco habitual en las estrellas recientes, que suelen ser movidas en agencia libre o son drafteadas. Y en los pocos casos de un traspaso, eligen destino.
Solo en los últimos años se han movido a Doncic, Davis, Kevin Durant (tres veces), Harden, Kyrie, Jrue Holiday (dos veces), Sabonis y otros tropocientos jugadores de nivel all star o superior. ¿En cuántos el equipo que ha entregado a la estrella ha salido ganando como estos Thunder? Supieron pedir a Shai, encontrar en el canadiense una piedra en la que construir y luego hacerlo girar todo a su alrededor.
Los Thunder nunca han sido el lugar al que quieren ir, por eso tuvieron que hacer equipo a base de construir. Eso que tantos otros no han logrado, y que Oklahoma ha tardado exactamente cuatro años (o menos). En 2020 jugaban playoffs, todavía con Chris Paul en el equipo y Shai y Dort novatos. Cuatro veranos más tarde tienen el mejor proyecto joven, con casi todos sus activos llegando vía draft (la mayoría de los buenos con picks de los Clippers): JDub, Chet, Wallace, Jaylin, Wiggins, todos son picks (y Dort undrafted). Isaiah Joe llega como FA en 2022, pero el verano pasado fue el que cambió todo. Tras caer en semis ante Dallas, sabían que faltaba, y quién sobraba.Y sin miedo a apretar el gatillo por parte de Sam Presti.
Giddey por Caruso y un dineral para Isaiah Hartenstein para construir un equipo campeón, con personalidad propia y talento suficiente para ganar 80+ partidos. Pero si queréis leer más sobre la reconstrucción de los Thunder, vais a tener que comprar la próxima revista de Gigantes del Basket.
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