#178 Golden State Warriors y la falacia competitiva de Steph Curry
Desde el anillo de 2022, los Warriors se han paseado por la mediocridad y solo han tenido un motivo para creer: Steph.
Ayer tuve la fortuna de ver a Steph Curry en directo. No es mi primera vez, por suerte, que tengo la oportunidad de hacerlo. Hay que irse años atrás, a las finales de 2019, cuando tuve el privilegio de disfrutar al mejor tirador de la historia sin necesidad de una pantalla. Aquel día metió 34, aunque los Raptors se llevaron la victoria y, en seis partidos, la serie y el anillo. Tardó en volver a Toronto, pero es una cita que le gusta a Curry, y a toda la prensa local. Cuando la NBA publica, cada verano, el calendario de las 30 franquicias, siempre marco en mi agenda la jornada que Steph y los Warriors visitan Canadá, una vez al año. Sean o no competitivos, candidatos al anillo o un equipo sin alma, ver a Curry vale la pena el viaje. Uno nunca sabe cuándo será la última vez.
Anoche, por ejemplo, perdieron. Fue un buen partido de Dray, con Butler haciendo números más que otra cosa y Horford aportando, tres jugadores que están más cerca de la retirada que de ser All Star. Ninguno pudo toserle a Scottie Barnes y su noche para la historia. Pero incluso en la derrota, en la miseria, este sigue siendo el show de Steph. No hay tres jugadores en el planeta que me apetezca más ver en una fría noche de diciembre. Metió 39 y por momentos dio la sensación de que había nueve jugadores en pista que querían que ganaran los Raptors jugando contra Steph, que solo, abandonado por la incapacidad de sus compañeros, cayó rendido en la prórroga. Un guion que me parece repetido en la era reciente.
Los Warriors son uno de los cinco mejores equipos en lo que va de siglo, y seguramente el mejor los últimos 10 años. Solo los Lakers, con cinco títulos, tienen más anillos desde 2001 que los cuatro que ganó la dinastía de Steph Curry (empatados con San Antonio). Quinto equipo con más victorias en playoffs y mejor récord de victorias. Y son la franquicia que más valor de mercado ha ganado para alegría de los propietarios. Fueron la cara visible de la NBA en plena era de LeBron James, dominaron en temporada regular y en playoffs, y hasta cuando la debacle les abrazó, fue algo histórico. Como aquel séptimo partido de 2016, o las lesiones de Durant y Klay en las finales de 2019. No sabían caer si no es a lo grande.
Pasó el tiempo, pasaron los años y el equipo se volvió como el resto de franquicias, irregular. Ganar cada noche, levantar cada anillo se convirtió en algo impensable porque nadie puede hacerlo. Ni siquiera el equipo de Steph Curry, aunque aún tenían pólvora para un último baile inolvidable (que bien me gustaría poder olvidar).
El anillo de 2022 fue una anomalía, pero dentro del sentido común que es la presencia de Steph Curry en tu equipo. Mantienes una parte importante del núcleo que rozó la perfección entre 2015 y 2019, pese a ser más mayores y con más lesiones en su historial médico, y únicamente cambiando a Kevin Durant por una combinación de la mejor versión que nunca veremos de Jordan Poole y Andrew Wiggins. Suficiente ante los Nuggets sin Murray y Porter Jr., el trámite de los Grizzlies que acabaron las semifinales sin Ja Morant o unos Mavs que tocaron techo eliminando al favorito, a los Suns. En las finales, Steph fue demoledor a partir del cuarto partido para, por fin, levantar su primer MVP de las finales. Merecido, y con años de retraso.
Desde entonces ha sido un aplazamiento de la realidad pese a la salida, paulatina y progresiva, de cada pieza importante en la última década. Quedan tres, seguramente el eje principal de la dinastía, pero solo Steph sigue siendo el mismo jugador. Irreprochable, infalible e indescriptible, capaz de erradicar un mal partido con tres minutos de trance absoluto e irracional. Sigue sin haber ningún otro como él, aunque muchos lo hayan intentado, porque no es algo replicable. Pero cada día está más solo en la cúspide. Ni Draymond Green tiene el efecto que tenía antes en la pista, ni Steve Kerr es capaz de dominar los partidos desde el banquillo. Solo queda el recuerdo y con eso, intentar competir.
Y eso nos lleva a la principal salida de los Warriors. No es Klay Thompson, que no ha vuelto a su mejor nivel, ni Kevin Durant. No son Jordan Poole, Andrew Wiggins o Kevon Looney, ni Mike Brown o Kenny Atkinson, piezas claves en el staff de Kerr. Fue Bob Myers, quien en 2023 decidió que era momento de marcharse. Tendría sus motivos personales, seguro, y el peso de haber cargado con una organización siempre en el ojo mediático por casi diez años, con el desgaste que eso implica, pero la realidad era bien otra. Llegaba la hora de desmontar el proyecto que hizo de los Warriors portada en el periódico de cada día y Myers no quería ser el villano. Lógico.
Porque no hay manera correcta de deshacer algo así.



