#124 Sobre el sentido de pertenencia, traiciones, monogamia y Marcus Smart
Marcus Smart ha firmado por los Lakers. Y aunque parece de lejos parece una traición, no es más que un cambio de empresa. O así lo ve él.

El amor como concepto monogámico es algo que mucha gente no entiende. Ni se hacía hace siglos, con los múltiples matrimonios del hombre, ni lo hacen los modernos de ahora, con su poliamor, su poligamia y otros conceptos que mi mente de retirado no consigue comprender. Yo tengo un amor, una persona, mi mujer. La elegí a ella y con ella me quedaré para siempre. Mañana cumplimos seis años de casados (felicidades amor, sé que no me estás leyendo) y me esperan otros 67 hasta que me vaya al otro barrio. Pero aplica a más partes de mi vida, no únicamente a mi relación sentimental. Yo entiendo tener solo un equipo, tener solo una religión, solo una cosa de cada cuando lo das todo.
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Esas relaciones se explican desde el sentido de pertenencia más global, esa necesidad de sentirse parte de un grupo, pero también desde la sencillez más pequeña: mis padres eran de X equipo, yo también; nací en X ciudad, soy de ese equipo. No hay una concatenación de hechos grandiosos que me forzaron a ser del Barça: es literalmente el club de mi barrio. Desde casa de mi madre se escuchan, cuando no iba al Camp Nou, los goles y sí, mis padres eran del Barça. Y no me cabe en la cabeza cambiar de equipo, pensar en ser de otro y mucho menos, del rival. Porque ser de algo, sobre todo en el deporte (y ahora en la política por lo que parece) implica mantenerse firme contra otra cosa. Si eres del Barça, quieres que el Madrid y el Espanyol siempre pierdan. Intrínseco.
Fui del Barça antes que otra cosa. Fui del Barça mucho antes de ser, por ejemplo, de los Celtics, que es seguramente el motivo por el que me estás leyendo. Y conforme más te haces de un equipo NBA, a miles de kilómetros, y más conoces su historia, consigues ese sentido de pertenencia y formas parte del grupo, más detestas a los rivales. En el Este, Knicks por la rivalidad entre ciudades, y Sixers por la historia entre ambas franquicias; y en toda la NBA, los Lakers. Ese grande al otro lado del país que tiene casi tantos anillos como los Celtics. Y si me hago de Boston, voy con todo y con todos. Cuando llegué mi primer héroe fue Rondo. Cuando se acabó el big-3, mi favorito fue Marcus Smart. Con ellos a muerte. Sobre ellos quiero hablar.
Llevaba unos días sin saber qué escribir. He tenido, tengo todavía, un orzuelo en el ojo que me está arruinando la semana cuando miro una pantalla. Esta mañana me he quemado la espalda y el código de color de mis brazos es la bandera soviética y para más inri, mi hijo ha decidido que esta semana quería levantarse a las seis de la mañana cada día. Como un reloj. La vida no me daba para mucho más, y escribir no era una prioridad. Pero la NBA y Dios de la mano me han mandado un regalo, un dardo envenenado directo al corazón, para hablar de algo que la población de Estados Unidos nunca entenderá.
¿Qué tienen en común Rajon Rondo y Marcus Smart, al margen de ser dos de las camisetas que están en mi armario? Que ambos jugaron en Boston y Lakers. Marcus Smart será el cuadragésimo segundo jugador que se viste de corto para ambas franquicias y el segundo que lo hace rompiéndome el corazón. A mi no me cabe en la cabeza que un jugador que ha sido todo en una franquicia histórica, en el caso de Rondo, campeón y mejor jugador, decida firmar por el mayor rival. Aplica igual a Marcus Smart, favorito de la afición por un lustro de transición por el desierto hasta las finales (igual la diferencia es que a Marcus se le dio la patada, sí).
Pero hay 28 franquicias más, ¿por qué los Lakers? ¿Por qué jugar en el rival del equipo al que llamaste hogar? Cuesta entenderlo para el mercado europeo y/o latinoamericano que lo vemos como la máxima traición. Como lo que hizo Luis Figo en 2000, cuando decidió cambiar Barcelona por Madrid y con ello convertirse en la reencarnación de Judas Iscariote si Judas además hubiera sido portugués. Para un aficionado que vive los Celtics de manera monógama, de amor fiel y noches de luto cuando se pierde contra los Knicks, decidir firmar por el eterno rival es algo impensable. Duele como si lo hubiera hecho alguien a quien tenías en un lugar especial en el corazón, y ese fue el error nuestro. Creer
Marcus Smart nació en Flower Mound, al norte de Texas. A las afueras de Dallas y cerca de la frontera con Oklahoma. Marcus Smart creció como aficionado de los Cowboys, jugando a fútbol americano y baloncesto, y estudio en Oklahoma State dos años. Pero desde los 19 años, en 2014, hasta que lo traspasaron en 2023, Boston fue su hogar. No lo digo yo, lo dijo él: “Crecí aquí, llevo aquí un tiempo. Estuve en Dallas cierto tiempo y luego me fui a la universidad, pero aquí es donde resido, este es mi hogar. Para mí, decir que soy bostoniano significa mucho, porque Boston me ha acogido como persona, como jugador y por muchas cosas más”. La realidad es otra.

Boston era, esos nueve años, la franquicia que le pagaba. Los jugadores universitarios, en su mayoría, sueñan con llegar a la NBA no a un equipo. Sueñan con emular a su héroe, no liderar al equipo que crecieron viendo. El draft como método de entrada en la liga le da cierta aleatoriedad a su primer equipo y el CBA les quita control sobre su destino en los primeros ocho años de carrera, por lo que el amor que sienten es forzado. Forzado y condicional, sabiendo que son una mercancía que puede ser intercambiada a gusto del propietario en cualquier momento. Es la única manera de entender por enésima vez que esto es negocio. El deporte es solo la excusa, el medio, para que alguno sigan ganando dinero mientras nos entretienen.
No existe la opción de que mañana Florentino le plantee un traspaso a Joan Laporta ofreciendo a Vinicius por Lamine Yamal y dando dos jugadores de la cantera, de 15 y 13 años, porque el deporte lejos de Estados Unidos es un concepto diferente a cómo se entiende en cualquiera de las cuatro grandes ligas. El jugador, epicentro del negocio, es capaz de controlar su futuro como debería ser en cualquier mundo ideal, por muy ricos que sean los propietarios. Para Marcus Smart, los Celtics no fueron más que su trabajo. Fue feliz, porque hay gente que sonríe en el trabajo, porque se lo pasó bien, porque al cliente le gustaba lo que hacía, pero era su trabajo. Y los Lakers son otra empresa que le pagará por trabajar, en este caso, jugar.
Muy pocos jugadores tienen la oportunidad de debutar en la franquicia que crecieron viendo: LeBron James es uno, y se fue dos veces porque ha sido el único que ha entendido el negocio mejor que los propios dueños.
¿Quedan one-man club? Sí, claro. Hay perfiles de jugadores que no se moverán. Pero tienen que cumplir uno de estos dos principios: o haber ganado mucho en una franquicia, o ser muy buenos, nivel mejor jugador de la historia del equipo. En activo, por ejemplo, Jokic, Booker, Giannis (son muy buenos), Draymond (ha ganado mucho) y Curry, que cumple ambas. En los últimos diez años, Nowitzki (21), Kobe y Haslem (20), Duncan (19) o Manu Ginobili (16) y podemos añadir a Stockton y Reggie Miller en lo que va de siglo. Todos cumplen al menos uno de los dos principios, y sumo otro a medias: jugadores internacionales, europeos o latinos que tienen ese sentido de pertenencia en el deporte. Si Doncic hubiera podido, se retiraba en Dallas.
Smart, por desgracia, no cumplió ninguna de las dos en Boston. Ni Rondo, ni Avery Bradley, ni Isaiah Thomas, ni Dennis Schröder (la lista de guards de Boston que ha firmado Los Angeles después es larga...). Y de los 41 que jugaron en Lakers y Celtics, solo Shaq en Lakers tiene esa etiqueta y como a Smart, le echaron. Me dolerá verle de dorado y púrpura, le desearé que pierda cada noche y su vuelta a Boston será diferente. ¿A nivel deportivo? Primero quiero ver qué Smart llega a los Lakers, que hace dos años que no es el mismo.