Una década de Warriors I: nacimiento, imperio y caída de la última dinastía

Se cumplen 10 anillos del primer anillo de los Warriors de Curry, Klay, Dray y Kerr. Y es momento de recordar su creación, vida y obra, y desenlace.

Una década de Warriors I: nacimiento, imperio y caída de la última dinastía

Este 16 de junio se cumplen exactamente 10 años desde que Steph Curry levantara su primer anillo de la NBA. Desde el MVP de Andre Iguodala, el debut de Steve Kerr en unas finales NBA como head coach o la cuarta derrota de LeBron James en sus últimas seis series por el título. Este 16 de junio se cumple una década desde que Golden State Warriors reescribió el baloncesto. Porque durante casi una década, los Warriors no solo ganaron: cambiaron el baloncesto.

Esta es la historia completa de su dinastía. Desde el nacimiento con Curry, Dray y Klay, incluso antes de Kerr, la era de Durant, la caída… y el último rugido en 2022. Un relato que hoy, con las nuevas reglas, sería imposible de repetir.

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Capítulo I: Nacimiento (2009–2015)

Todo comenzó con un tobillo. O mejor dicho, con varios. Stephen Curry aterrizó en la NBA en 2009 como un exterior sin posición fija, de tamaño dudoso, tobillos de cristal y un estilo que parecía no encajar del todo en la liga que entonces dominaban otros perfiles. LeBron, Kobe y los grandes aleros físicos del momento reinaban y Kevin Durant ya había sido elegido como heredero de un trono que James todavía tenía que reclamar. Lo que los Warriors drafteaban con el pick 7 de aquel año era, en el mejor de los casos, una apuesta creativa. En el peor, una ruina más para una franquicia acostumbrada a la irrelevancia en los años más recientes. Llevaban más de una década sin competir de verdad, con la excepción extra-romantizada del We Believe en 2007. Pero competir de verdad, nada. 

Lo que no sabían, y nadie podía imaginar en el mejor de los casos, es que estaban fichando al jugador más importante en la historia de la franquicia. Y, con el tiempo, tal vez de la liga. Se tardó lo suyo en entenderlo, eso sí. Ellos, vosotros, tú y yo. 

Los primeros años de Steph en la NBA fueron un laboratorio constante. Monta Ellis seguía siendo el niño mimado de la afición, caso clásico de estrella ineficiente de equipo de media tabla con el que nunca se aspiraría a nada. Curry jugaba bien, cuando jugaba; sus tobillos le traicionaban con una frecuencia preocupante, pero en aquella época lo importante pasaba fuera de las pistas. En 2010 llegaron los nuevos dueños de la franquicia, Joe Lacob y Peter Guber, y en su vertiente modernista, decidieron de una vez por todas mirar al futuro. ¿Cómo? Despidieron a Don Nelson, draftearon a David Lee y, sobre todo, traspasaron a Ellis a Milwaukee a cambio de Andrew Bogut, un pívot australiano roto por las lesiones, pero que venía a aportar una infraestructura. 

Fue de todo menos un movimiento populista. Aquello no gustó ni en el vestuario ni en la grada. Hubo abucheos por dejar salir al que parecía sobre el papel el mejor jugador del equipo, pero no tenía hueco en el nuevo proyecto californiano. Ni la estadística avanzada, que llegaba a la NBA, ni el estilo invitaban a creer en Monta como epicentro de un proyecto a futuro, y soñar con que Steph sí podía ser ese hombre era lícito. Para entonces ya había dejado alguna exhibición, pero a cuenta gotas, y todavía con el interrogante de los tobillos. No fue solo un traspaso, fue un punto de inflexión. Un romper con el pasado y abrir capítulo nuevo. Si querían construir algo diferente, no podían seguir rindiendo culto al desorden. Una cosa es el caos como planteamiento, algo trabajado; otra la desorganización estructural de los Warriors como organización, de arriba hasta la pista.

Ese mismo año llegó Klay Thompson. Un escolta de manos suaves y mentalidad estoica, de profesión tirador puro de horas de gimnasio, pero incluso con sus puntos los Warriors siguieron perdiendo, ahora con Mark Jackson en el banquillo. En el draft de 2012 era el turno de Draymond Green, un interior bajito y con cuerpo poco ortodoxo, para cerrar el núcleo de la última gran dinastía, algo que todavía no sabían que tenían entre manos. Ni siquiera Bob Myers, desde junio de 2012 el jefe de todo y el encargado de elegir a Dray, Harrison Barnes y Festus Ezeli era consciente. La dirección deportiva acababa de formar el trío más influyente del siglo XXI y no fue para nada una ejecución milimétrica. Más bien una serie de decisiones valientes en medio del ruido, tomadas antes de que el resto entendiera lo que estaba ocurriendo en el baloncesto moderno. 

Por físico y estilo, Curry y Draymond no encajan en los moldes clásicos de la NBA ni el prototipo de ninguna de las cinco posiciones que la liga conocía hasta la fecha. Green era muy bajito para un cinco y muy lento para un cuatro, y Steph demasiado endeble para el point guard actual. Klay sí tenía más espejos, pero la dualidad de tiro y eficiencia defensiva, todo al sacrificio del colectivo y la sombra de una espada mayor, pocas veces se ha visto y mucho menos a ese nivel. Juntos funcionaban. Cada uno cubría las carencias del otro. Y sobre todo, tenían algo que no se puede entrenar: una confianza inquebrantable. No una relación perfecta, porque no existe, pero sí una fe ciega en el otro. Una que llegó a base de perder, y perder, y volver a caer. 

El banquillo también fue una historia de ensayo y error. Con Mark Jackson, los Warriors se hicieron competitivos por primera vez en mucho tiempo. En 2013 y 2014 llegaron a playoffs, pero ganaron solo una serie. Defendían bien, movían el balón con algo más de intención y empezaban a mostrar flashes de algo diferente, pero nunca fueron élite en ataque. Jackson les dio identidad y fe, pero también limitaciones. El ataque estaba constreñido, basado más en inspiración que en automatismos, y se quedaba corto para las posibilidades del grupo que tenía un techo de cristal demasiado bajo. Tras la eliminación ante los Clippers en 2014, decidieron enseñar a Jackson la puerta de salida. Los propietarios tomaron una decisión valiente y sorprendentemente habitual en la NBA: despedir al entrenador que les había devuelto la dignidad. Quizá la más acertada desde el pick de Steph. 

Se abre el telón, y aparece en escena Steve Kerr, el penúltimo protagonista principal pendiente de debutar en la trama. 

Kerr no había entrenado en su vida. Había sido un grandísimo jugador de rol, campeón en Chicago y San Antonio, ejecutivo en Phoenix y comentarista de televisión en TNT, alabado por la audiencia, pero nunca entrenador profesional. Entendía el juego y le picaba el gusanillo por probar los banquillos, algo que su agente hizo saber a las franquicias con un asiento disponible. Para abril, Phil Jackson, jefe en New York, había apostado por Kerr como entrenador de los Knicks pero el tirador decidió esperar a los Warriors. Golden State prefería a Stan Van Gundy, pero cuando los Pistons se hicieron con el mayor de los Van Gundy, la franquicia californiana decidió que solo querian a Steve Kerr como próximo entrenador. El 14 de mayo de 2014, Kerr firmaba un contrato por 25 millones y cinco años, y pocas decisiones más sensatas habrá tomado en su vida el bueno de Steve. 

Su llegada a Golden State fue con una idea clara: rediseñar el ataque. La defensa funcionaba, se podía mejorar pero era sostenible; lo que no se podía permitir Golden State era un ataque arcaico con Steph y Klay en el equipo. Era necesario más movimiento, más ritmo, más lectura. Y una pizca de suerte, la de los campeones. Porque hasta las lesiones le salieron bien. David Lee, el que se suponía el cuatro titular de los Warriors, no pudo empezar la temporada por una lesión y su lugar lo ocupó Draymond Green. Al big-3 que reescribiría la historia del baloncesto moderno le abrió la puerta una lesión. Arrancar el año 21-2 hizo que no volviera a pensar en cambiar la alineación nunca más esa temporada regular, no hasta junio. Una con Andre Iguodala de sexto hombre.

Volvemos un año atrás: verano de 2013. Andre Iguodala salía a la agencia libre tras solo un año en Denver y los Warriors llegaron a un acuerdo con él por $48 millones y cuatro años. Calderilla a día de hoy pero el 40 contrato más alto de la NBA y solo por detrás de David Lee y Andrew Bogut en la nómina de la franquicia. Pero para lograrlo, tuvieron que deshacerse de los salarios de Richard Jefferson, Brandon Rush y Andris Biedrins y conseguir un sign-and-trade a tres bandas con Utah y los Nuggets. Su llegada le daba otro nivel de exigencia defensiva a Golden State, pero seguían sin funcionar en ataque, y ahí fue donde los cambios de Steve Kerr dieron alas a la mejor versión de Curry, y por ende, de los Warriors. Al menos hasta el momento, imposible imaginar el jugador que vendría la siguiente década. 

Dio libertad a Steph para que pudiera lanzar desde donde quisiera. Diseñó un ataque en el que todos tocaban el balón, todos cortaban, todos pensaban y todos podían ejecutar. Lo que ocurrió en esa temporada 2014-15 fue una explosión. Los Warriors ganaron 67 partidos, solo los Spurs les forzaron dos derrotas, Curry fue MVP, volvió a batir el récord de triples que el mismo marcó dos años antes y enamoró al planeta tierra. El equipo jugaba con una armonía rara vez vista, una versión evolucionada de los Spurs de 2014, con el segundo mejor ataque de la NBA y la mejor defensa. No era solo que ganaran. Era cómo ganaban. Rápido, limpio, fluido. El balón volaba. Los triples caían. La defensa era feroz. El equipo era dominante como muy pocos lo habían sido en este siglo, o en la historia de la liga. 

Arrasaron a los Pelicans en primera ronda, con Steph desenfrenado. Se cargaron a los Grizzlies en seis tras ir 1-2 abajo, ganando los tres últimos para cerrar la serie. La clave, mover a Andrew Bogut a defender a un Tony Allen ineficiente en el tiro. Superado Memphis, era momento de inaugurar la nueva rivalidad de final de década: Houston.  Todavía con Dwight Howard y James Harden como epicentro, los Warriors necesitaron cinco partidos para pisar sus primeras finales desde 1975. Para el recuerdo, el segundo partido, con Steph y Klay defendiendo la última posesión y evitando el tiro de Harden que podía haber puesto el 1-1 en la serie antes de viajar a Houston.

Eran los mejores del Oeste, con diferencia además, y ahora tenían que demostrarlo ante el Rey. Porque en las finales esperaba, como era habitual en el Este de la década anterior, LeBron James. Las primeras tras la era de Miami, para mayor morbo. 

Sin Kevin Love, fuera desde la primera ronda, y con Kyrie Irving lesionado en el primer partido de la serie, tres exhibiciones de James ponían a Cleveland 2-1 arriba (44-8-6, 39-16-11 y 40-12-8). Lo hizo, además. con Matthew Dellavedova, Timofev Mozgov, Iman Shumper y Tristan Thompson como titulares. Pero el cuarto partido fue distinto, en parte por el plan de Steve Kerr. El entrenador decidió poner a Andre Iguodala de inicio por Bogut, redescubriendo el small-ball con Dray como única y principal referencia interior. Entre Lee, Bogut, Speights y Ezeli se combinaron para algo más de 20 minutos en total, mientras Iggy acababa como máximo anotador del encuentro y dejaba a LeBron en 20 puntos (con 12 rebotes, 8 asistencias). Ni los 40 del quinto, otro triple-doble, ni el 32-18-9 que firmó en el sexto tuvieron valor alguno para los Cavs, frágiles ante la nueva propuesta de Kerr. 

Fue un 16 de junio de 2015 cuando los Warriors se consagraron. Campeones de la NBA por primera vez en 40 años, batiendo al rey y con Andre Iguodala como MVP (aunque Steph tuviera 10 puntos más en promedio, más asistencias, robos y solo 0.4 rebotes menos). Fue el primer anillo de un grupo que todavía no sabíamos que cambiaría para siempre la manera de jugar al baloncesto, pero que nos había dejado una temporada para el recuerdo. Un 2015 que rozó la perfección, y que solo fue el inicio. 

Lo que nació en Oakland no fue solo una dinastía futura. Fue un modelo. Un equipo que se construyó desde el draft, que apostó por el desarrollo interno, que redefinió las posiciones y que convirtió la fragilidad, ya sea del tobillo de Curry, del físico de Draymond, o el juego interior, en virtud. El resto del mundo aún no lo sabía, pero la NBA acababa de cambiar de manos.

Warriors dynasty has been long over: Here's when and why