Una década de Warriors II: nacimiento, imperio y caída de la última dinastía

Se cumplen 10 anillos del primer anillo de los Warriors de Curry, Klay, Dray y Kerr. Y hoy toca recordar su mejor versión: Kevin.

Una década de Warriors II: nacimiento, imperio y caída de la última dinastía
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A veces, perderlo todo es la única forma de entender cuánto duele estar tan cerca. Los Warriors de 2015–16 firmaron la mejor temporada regular de la historia: 73 victorias, solo 9 derrotas. Más que los Bulls de Jordan, más que nadie. Un año que parecía eterno, que parecían imbatibles. Curry, en su punto más incandescente, fue el primer MVP unánime de la historia. Draymond hizo de todo, y casi todo bien. Klay quemaba defensas desde el tiro y el equipo fluía como orquesta sin fallo. Ganaron partidos con remontadas imposibles, parciales absurdos, magia desde el perímetro y la mística de los terceros cuartos, imparables.

Y llegaron a las Finales. Contra los mismos Cavaliers del año anterior. Se pusieron tres a uno arriba. Y ahí, en ese preciso momento, llegó la debacle. Pero vamos por partes.

Una década de Warriors I: nacimiento, imperio y caída de la última dinastía
Se cumplen 10 anillos del primer anillo de los Warriors de Curry, Klay, Dray y Kerr. Y es momento de recordar su creación, vida y obra, y desenlace.

Capítulo II: Imperio (2016–2018)

Por mucho tiempo se ha debatido cuál ha sido el mejor equipo de baloncesto que ha pisado jamás una pista NBA. Los Celtics de la era Bird, los de 1986 especialmente, los Bulls del segundo threepeat de Jordan o incluso los Spurs de 2014. Hay opiniones de todos los gustos, y en común tienen todos que acabaron levantando el Larry O'Brien, el trofeo de campeón. La temporada 2016 sirvió para lanzar más gasolina a una pregunta sin respuesta con la aparición de un equipo que no habíamos visto nunca y un récord que nadie creía que se podía batir. Los Warriors de 2016 se fueron a las 73 victorias. Y más allá del qué, fue el cómo.

Mejor ataque de la liga, sexta mejor defensa (segundo mejor diferencial, hola San Antonio), primer equipo que conseguía al menos un tercio de sus puntos desde el triple, una máquina de devorar rivales. Ganaron 34 veces como visitantes, empezaron el año 24-0, sumaron 54 victorias seguidas en el Oracle (desde febrero del año anterior). No perdieron back-to-back en todo el año, ningún equipo fue capaz de ganarles dos partidos en temporada regular y hasta abril, en el partido 76 de la temporada, no perdieron en casa. Si había un récord por batir, lo destrozaron en un paseo militar de proporciones históricas.

El campeón era mejor pese a haber añadido únicamente a Kevon Looney desde el draft. Era la cohesión del grupo lo que hacía de estos Warriors una versión superior, algo que quedó latente cuando Steve Kerr se perdió los primeros 43 primeros partidos y Luke Walton llevó al equipo a un 39-4. Fue únicamente la oportunidad de batir el récord de victorias lo que convirtió la temporada regular en algo más que un trámite, en esa sensación de transatlántico en piloto automático arrasando con todo por delante. Eso, y que los Spurs estuvieron a menos de cinco victorias hasta el duelo directo del 8 de abril, a una semana de acabar la competición.

Todos esperábamos con ansia ese Spurs v Warriors en finales de conferencia, pero los guionistas de la NBA, caprichosos, tenían un plan mayor. Mucho más grande. Un tiro de Harden, en una noche sin Curry, alargó la primera ronda a cinco partidos. Ante Portland mismo guion, todavía sin Steph. Dos victorias en Oakland, recital de Lillard para poner el 2-1 y la serie se cerraba en cinco con ahora sí Curry de vuelta de una lesión de tobillo. Pero la sorpresa llegaba del otro lado, con Oklahoma eliminando a San Antonio y citándose con el campeón en las finales del Oeste. Unas que a los 10 días de empezar estarían 3-1 para los Thunder, que tendrían tres partidos para cerrar la eliminatoria.

En el quinto aparecía el Oracle y su mitología; en el sexto nacía "Game 6 Klay"; y el séptimo, de vuelta en la Bahía, fue una pelea de cuchillos cortos y puñaladas densas, con ambos equipos por debajo de los 96 puntos. Una de las polémicas de la serie fue la falta de Draymond Green a Steven Adams, una patada en la zona privada del jugador neozelandés que, pese a ser considerada flagrante II por parte de la NBA, no derivó en sanción (pero acabaría siendo clave). Por segundo año consecutivo, y ahora dejando a Kevin Durant por el camino, Warriors y Cavaliers pelearían por el título NBA. LeBron y Curry. Y como la serie anterior, la eliminatoria muy rápido quedó desigualada.

Golden State ganó los dos primeros en casa, y tras una paliza (+30) de los Cavs, asaltaban Cleveland para el 3-1 en la serie. La diferencia es que ahora tenían el la oportunidad de sellarlo en casa, pero Draymond Green se lo perdería. En los últimos tres minutos de partido, y con 10 puntos de diferencia, Dray y LeBron quedaban enganchados y acababa con flagrante para el de los Warriors, que sería baja en el quinto. Vestido de calle tuvo que ver la primera masterclass que firmaron Kyrie Irving y LeBron, con 41 puntos cada uno. Repetiría LeBron en el sexto los 41, ahora en casa y nos dejaba un séptimo para la historia.

El partido, per se, es peor de lo que el aficionado recuerda. Curry jugó uno de los encuentros más grises de su carrera, Klay metió 14 puntos en 17 tiros y solo Draymond Green fue su mejor versión, uno de los partidos más completos de su carrera (32 puntos, 15 rebotes, 9 asistencias, 2 robos). Pero hay un momento que resume el partido, la final y la temporada al completo. Si una persona entra en la Wikipedia y escribe The Block, automáticamente le dirige a una página sobre la jugada que LeBron James hizo faltando 1:52 para el final de la temporada NBA. Con empate a 89, la voz de Mike Breen quedó para la historia.

Iguodala to Curry, back to Iguodala, up for the layup! Oh! Blocked by James! LeBron James with the rejection!

Luego vino el triple de Kyrie, el anillo y la celebración, algo más de medio siglo de sequía en Ohio y los Cavaliers que soñaban con empezar una dinastía, con dominar la NBA. Si eran capaces de ganarle a los Warriors del 73-9, ¿qué equipo podía plantarle cara a Bron, Kyrie y Kevin Love? La pregunta se lanzó un 19 de junio. Apenas 15 días más tarde ya teníamos respuesta. Los Warriors, el mejor récord de la historia, el equipo del MVP de 2015 y 2016, se hacía con la mejor arma ofensiva nunca vista en el baloncesto. El imperio contraataca, o algo así.

With this in mind, I have decided that I am going to join the Golden State Warriors.

Kevin Durant, MVP de la NBA en 2014 y eliminado por los Warriors apenas mes y medio atrás en el calendario tras dejarse remontar un 3-1 a favor, usaba el espacio creado por la subida del salary cap para firmar como agente libre con Golden State. El nuevo acuerdo de televisión disparaba el límite salarial de 70 a 94 millones, y mientras equipos gastaban el dinero en Meyers Leonard, Hassan Whiteside o Bismack Biyombo, los Warriors ofrecían a Kevin algo más de 54 millones por dos temporadas (con opción de jugador). Y la oportunidad de ganar el anillo, claro.

Fue, hasta que Nico Harrison dijo lo contrario, el fichaje más impactante de la era moderna en la NBA. Un MVP, máximo anotador y uno de los mayores talentos del planeta tierra se unía al equipo que acababa de ganarlo casi todo. La recepción fue como se esperaba: críticas, insultos, traición. Desde Oklahoma, y casi cualquier lugar con acceso a internet. Y se habló, con razón, de un desequilibrio competitivo ante el que nadie pudo hacer nada en Estados Unidos en un periodo de tres años. Pero en la Bahía no había espacio para la moralidad externa. Lo que sí había era una oportunidad irrepetible: formar el equipo más talentoso jamás reunido. Uno mejor que el de las 73 victorias. Uno que ganaba por condena.

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